lunes, 11 de julio de 2011

Diseño digital, de Javier Royo

Mi lectura de los capítulos de Diseño digital, de Javier Royo, estuvo enmarcada por el eco que dejó en mí un documental recién visto, “La manera disruptiva de aprender”, de Eduard Punset, en su programa Redes para la ciencia. En él dice que “En el sector de la industria, innovar supone mejorar continuamente los productos con respecto a sus versiones anteriores. En este proceso gradual, a veces surge una innovación radical que rompe con el paradigma anterior. Se trata de una innovación disruptiva, algo que obliga a la industria a cambiar sus esquemas y a adaptarse para no morir.”

El consultor financiero Curtis W. Johnson, hace una reflexión sobre el término “innovación disruptiva” y en ello se empareja con Royo en planteamientos que hasta hace muy poco ni siquiera imaginábamos: esta innovación es un cambio de paradigma y no únicamente una mejora.  Aunque pareciera una obviedad de Perogrullo son pocos los teóricos que han reflexionado sobre la real significación de un cambio de paradigma. Me ha encantado el tono en que Royo sí lo hace: ya por principio el establecimiento de sistemas visuales para la transmisión de información ha significado una transformación de un proceso ancestralmente fijado, para los que estén familiarizados con la lingüística les resultará más sencillo comprender la metáfora, para los que no, solo advierto que no se fíen del lema aquel que reza que “una imagen vale más que mil palabras”, no es así, pero no discutiré eso en este espacio.


No es que de pronto una imagen “supla” a la palabra, o que el fenómeno neurológico que sufrimos todos al decodificar una palabra se “supla” con el de la imagen, sino que todavía más lejos, se establecen otros planos de significación, otras maneras que antes no teníamos llevadas a altos niveles de cotidianidad (porque claro que han existido) que crean un paradigma distinto.


Es como crear un alfabeto de la nada, como bien dice Royo al mencionar los Isotipos creados por Otto Neurath, esa estandarización visual con propósitos más bien educativos se convirtió en un código que no fue una “mejora” de nuestros sistemas de signos en diferentes lenguas, sino que creo una innovación disruptiva. Pero aquella innovación originada en los años veinte del siglo XX no tuvo su momento más significativo entonces, sino mucho pero mucho después (y quién lo habría vaticinado entonces) con fenómenos complejísimos como la globalización, la estandarización de sistemas mucho más complejos que involucraban un sistema internacional de señalética y tipografía.

El espacio y ciberespacio
Pensemos un momento en la velocidad de los cambios de paradigmas referidos por Royo incluso desde los primeros capítulos de Diseño digital, piensen un momento en la evolución de ciertos conocimientos que implican conceptos abstractos (y para muestra la historia de la filosofía moderna, ni siquiera viajemos hasta la clásica), verán que nos ha tomado menos de medio siglo, lo cual es ESCANDALOSAMENTE VELOZ, aprender, comprender, teorizar y analizar un término para nada sencillo: el ciberespacio. Si ya de por sí conceptos como el espacio mismo, el vacío y la nada fueron un reto para el pensamiento del siglo XVII (ahh, Pascal, el incomprendido) imaginen por un momento la resistencia a tales conceptos, la paulatina asimiliación de más de dos siglos y de pronto, voilá, tenemos conceptos complejísimos de asimilar realmente no de recitar sin más, sino de asimilar, ¿y no se trata eso de una innovación disruptiva?
Ahora, todo esto es una moneda dando vuelta entre los dedos, quizás una reflexión ociosa de mi parte, un no-sense, creo que cuando Royo expone los contrastes entre realidad/virtualidad, espacio/ciberespacio, sistemas de signos/interfaz gráfica, lo que intrínsecamente está planteando es un fenómeno disruptivo. ¡O será que ya me he cortado esta vez con la Navaja de Ockham! 

La guerra gráfica de los navegadores
Será eso de la llamada “deformación profesional”, pero el parangón que más se me antoja es justo un fenómeno lingüístico, y tiene sentido. Me explico, tal como en los alfabetos, la interfaz de diferentes navegadores entablan una “guerra” (por llamarlo de algún modo) que pone al usuario en una posición muy similar a la que sufre frente al uso de distintos alfabetos: debe elegir/preferir aquella que le sea más sintética, elemental, simple, eficaz, económica. El término economía en lingüística significa que un hablante siempre SIEMPRE preferirá el uso del menor número de recursos gráficos y lingüísticos, y el lenguaje de los navegadores no podrían ser la excepción.

 “El mundo existe según la conciencia que tenemos del mismo. El ciberespacio existe según la conciencia que tenemos de él. Y es tan real como el espacio tridimensional, ya que existen sistemas lingüísticos que lo atestiguan”, dice Royo, y dice bien, porque no es sino a través del lenguaje como la realidad se crea, no solo porque se “nombren” los objetos o las abstracciones del pensamiento, sino porque efectivamente crean un cambio de paradigma, y en el caso del ciberespacio, un constructo que es susceptible de experimentación, de medición y análisis. 

3 comentarios:

  1. Si esta ligeramente pequeña tu tipografía. Ponla ta no normal.

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  2. “El mundo existe según la conciencia que tenemos del mismo. El ciberespacio existe según la conciencia que tenemos de él. Y es tan real como el espacio tridimensional, ya que existen sistemas lingüísticos que lo atestiguan” Royo.

    Tu análisis enmarcado con esta cita que mencionas suena muy bien, sobre todo si lo puedes relacionar con tu experiencia misma, ese tipo de momento y sensaciones cuando estamos frente al monitor, encontramos todo tipo de cosas que cada uno deseará que sea o no realidad.

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